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6 junio 2013 4 06 /06 /junio /2013 15:31

 

Una bofetada de aire frio me golpea la cara y me hace ser consciente de lo que tengo bajo mis pies, un pedazo de roca resbaladiza y cincuenta metros de caída libre que acaban en el mar. Equilibrista de la cuerda floja, funambulista de miedos, miedos del pasado que aporrean la puerta de esta maldita vida, miedos del presente que rompen los cristales de mi frágil corazón y miedos del futuro que me esperan  detrás de cualquier esquina y que cruzan la calle del Destino sin mirar a izquierda y derecha.

 Mi corazón galopa como un caballo desbocado y se inmersa en una guerra encarnizada contra mi mente, en este mismo instante, la más cuerda de todos los órganos vivos que tengo.  

Mis manos temblorosas mecen mis pedazos de papel haciendo tiritar su mirada y esa sonrisa desdibujada por el paso del tiempo. Mis labios que un día rozaron su alma hoy dibujan unas líneas blancas de salitre que rozan el papel húmedo y amarillento del único recuerdo que me quedó de ella.  

 El silencio huye a lo largo de las rocas debido al violento golpear de una mar orgullosa y triunfante de arrebatar entre sus balanceos el cuerpo de mi esposa que baila al son de la música de las olas, abrazada a su manto salado y dejándose llevar en una melodía tenebrosamente hermosa.  

Aprieto fuertemente mis puños, mis uñas se convierten en espinas de rosas sangrantes, cierro los ojos y mi vida  aparece en forma de imágenes difuminadas y mis miedos desaparecen, soy libre, no tengo nada que perder porque no voy a jugar, no voy a jugar porque no tengo nada que apostar.

Me doy media vuelta y la miro, su fragilidad se mezcla con su mirada vulnerable, es tan parecida a ella… su llanto me recuerda que tengo que salir de esta oscuridad y pensar más en mí mismo,  la cojo en mis brazos y le susurro “Vamos Aroha, el partido ya empezado y tenemos que salir a jugarlo”  

 

 

 

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